Adolfo Alonso Ares
Una vez más la Virgen de Castrotierra recorrió los caminos que separan su Santuario de Astorga. Rememoró el silencio que consagra su universo silente. Su mundo de emociones acotadas por los pueblos que ensanchan su destino. Rememoré otra vez ese misterio que hierbe en primavera, cuando la tarde funde en sol de fuego, o ese tapiz sagrado de los campos que viven en las márgenes del Duerna.
Desde mi primera infancia frecuenté el gran evento que deshila colores que se inscriben a lo alto. Son los viejos pendones que desangran ese espacio febril y apuntalado por ráfagas de viento. Lejanas siluetas que proceden de tiempos muy remotos: esa es la tradición que nos alarga memorias infantiles, lejanos sentimientos que se vierten donde el sonido ruge en las campanas que hacen sonar su bronce legendario.
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