Marta del Riego Anta
“A Rossini había dos cosas que le encantaban: que sus sopranos hicieran gorgoritos con la voz y la cocina, por eso estaba más bien orondo”, explica el profesor Palacios. El profesor, armado con un turbante y un plumero, apunta palabras en su pizarra digital. “Zitto, zitto, piano, piano…”. Después muestra en la pantalla un fragmento de la ópera La Cenerentola de Rossini y nos anima a cantar con él: así que una sala llena de niños, padres y madres entona una de las melodías más famosas del repertorio operístico. Y una de las más divertidas también.
Porque resulta que la ópera puede ser divertida.
El profesor Palacios nos lo demuestra ataviado como una moderna Cenicienta con un carrito de la limpieza y un delantal para contarnos la versión tan peculiar de ese personaje que hizo Rossini. Nos encontramos en la sala Gayarre del Teatro Real, unos pisos más abajo se representará esta noche La Cenerentola.
Creo que esta sala es un milagro. Fernando Palacios, su alma mater, lleva una década enseñando ópera a los niños –y a sus padres, que escuchan fascinados–. Palacios, un navarro expansivo y jovial, es un hombre orquesta. Durante la hora y cuarto que pasamos allí hace de todo: canta, toca el ukelele, explica, suelta chistes y pide a los niños que salgan al escenario. Y nos empuja a cantar, eso es lo mejor.
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