Marta del Riego Anta
“Hola Lara”. “Hola Marina”. “¿Por qué vives en esa casa?”. “Porque la construyeron hace mucho, meses y meses”. “¿Cómo es tu casa?”. “Grande, tiene muchísimos cuartos”. “¿Por qué?”. “Porque la construyeron así”.
Escucho esta conversación a través de las ventanas abiertas. En este verano eterno que vivimos, la vida entra por las ventanas a todas horas. Dos niñas de cinco años se hablan a través del patio, un patio bastante grande, por lo que tienen que gritarse. Supongo que se han subido a una silla o están de puntillas para alcanzar el alféizar. Lara y Marina. Deduzco que van al mismo colegio. Acaban de terminar las vacaciones y hay que empezar a acostarse pronto, pero hace calor, son más de las diez de la noche y no parece que tengan ganas de irse a dormir. Me llegan sus vocecillas agudas. “Lara, ¿qué cenaste?”. “Huevito con salchichón”. “Yo también comí salchichón”. (Eso parece que le molesta a Lara). “Pero, ¿a que no has comido huevo, a que no?”. (Marina pasa de la pregunta). “¿Qué tal tu viaje de vacaciones?”. “Muy bonito, yo he montado en el tren que te lleva a todos los países”. (No sabemos a qué se refiere). “Yo también”. (A Lara le sigue molestando esa insistencia). “No, Marina, no puedes, porque está muy lejos”. “Que sí, yo también”.
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